Cerré la puerta de la oficina con violencia. Su impresión al verme me dio risa por el asco que me provocaba su presencia. No dude ni un segundo en sacar el arma y destaparle la cabeza con un certero disparo que embarro las paredes con su masa encefálica y su horrenda sangre. Sabía que estaba muerto pero sentía deseos de seguir matándolo. Todo esto podría pasar, pero no tengo el valor para hacerlo, aunque en mi mente, mi jefe moría todos los días.
Fue un día, luego de la jornada laboral, tuve que regresar al trabajo
por unos documentos que había olvidado, al llegar; la puerta estaba un poco
abierta, escuche ruidos que provenían de la oficina del jefe, decidí asomarme a
medias y lo que vi me condeno de por vida. Sobre el escritorio quedaban los
restos de lo que fue un ser humano. Las vísceras colgaban de la boca de mi jefe
que se complacía con su festín, chupando
los huesos del cadáver que se estaba comiendo. Su aspecto era distinto, una
horripilante bestia diabólica, tenía grandes colmillos y garras que le servían
para destrozar la carne. Pensé que sería su próxima víctima, pero se detuvo, me
miró fijamente y me dejo entrar. Si quería mantener me con vida debía ayudarlo
a saciar su voraz apetito, no tenía opción.
Al día siguiente era una persona normal, buen jefe siempre lo decíamos,
aunque yo conocia a la bestia que vivía dentro de él. A momentos volvían los
pensamientos de asesinarlo pero tenía mucho terror. Por las noches me convertí
en un cazador de humanos. Me estacionaba en las afueras de bares, discotecas, y
cantinas, esperando una nueva víctima. Los engañaba haciendo de taxi ejecutivo.
Una vez dentro los drogaba y los llevaba donde el monstruo para que se
alimentara, asi lo hice noche tras noche, me estaba volviendo loco.
Cansado de esta maldición que cayó sobre mí, decidí enfrentarme a la
bestia, con el valor que otorga la sensación de estar muerto en vida y sin nada que perder. Deje que terminara su
asqueroso banquete, y sin demoras descargue cuantos disparos pude tener en mí
revolver, el suelo se abrió y de su interior largas llamaradas arrastraron a la
bestia que se retorcía, hacia el inframundo. Mi alivio duro poco cuando un
espíritu emergió del infierno y se apodero de mi cuerpo. El mundo de las
sombras debía mantener su equilibrio,
pues al matar a la bestia, yo; asumía su lugar en la tierra. Fue cuando
descubrí lo delicioso de la carne humana.