Todos habían llegado a la hora
indicada. No existía mejor momento para encontrarse con los espíritus del
infierno, que las 2:30 de la madrugada,
justo cuando el mundo de los vivos
duerme, y las almas en pena vagan por las calles. En las paredes la cruz del
calvario se mostraba al revés, como un signo del anticristo, al frente; un
altar se alzaba con horrorosas cabezas de cabras cercenadas e incrustadas en palos. Cada miembro de la secta llevaba en su mano
un cuchillo. Fue cuando apareció “EL JUSTO” con lo llamaban, vestido con una
sotana de color negro y en su mano el libro de la muerte. La mayoría de los asistentes era adolescentes que no pasaban de los 16 años. Provenían de hogares disfuncionales y su único afán era encontrar paz en sus tormentosas vidas, irónicamente la
promesa de tranquilidad que el líder
pregonaba estaba ligado a la muerte. Para él; morir es alcanzar la vida eterna. Aunque eso
signifique decidirlo por uno mismo.
-¿Por qué esperar para ser
felices?- dijo el líder al mismo tiempo
que alzaba el libro de la muerte – Hoy seremos testigos de la unión de nuestras
almas en un pacto que nos librara de nuestros sufrimientos- luego de aquellas
palabras, comenzó a invocar diabólicos
conjuros que eran coreados por los asistentes, quienes entraron en una histeria colectiva de
siniestros movimientos corporales, como si fuera una espeluznante danza
celebrando la muerte. Cuando todo se calmó
se hirieron con un profundo corte en
cada una de sus manos y tomándose todos
de las mismas juraron morir para
alcanzar su errada felicidad.
Al día siguiente el pacto cobro a su primera víctima. El
cuerpo de un joven fue hallado sin vida desangrado a un costado de la carretera. Con un trozo de vidrio que
reposaba en su pierna se había cortado
las venas. En uno de sus bolsillos se encontró una nota que decía: “El cielo es más oscuro antes del
amanecer” días después una estudiante de la misma localidad fue encontrada en
su aula de clases ahorcada, en la pizarra antes de suicidarse escribió: “no hay
vida sin muerte” la conmoción fue brutal
cuando en el rio descubrieron a tres chicos que ahogados flotaban. Las autoridades
mediante trabajos de inteligencia lograron la captura del líder de la secta, quien confesó su
desquiciado plan. La justicia fue implacable dictaminando la pena de muerte con
inyección letal para el causante de los
múltiples suicidios. Aunque la policía
pudo evitar más muertes; el día del juicio al pedir al acusado sus últimas
palabras, con una sonrisa maligna y ante la mirada ansiosa de quienes
asistieron a la ejecución dijo: - hoy no
moriré. Hoy viviré para siempre- su aterradora carcajada se apagó cuando el
veneno fluyo por sus venas matándolo en el acto. Después de aquello su alma fue
condenada a vagar infeliz por el mundo
atormentando a jóvenes indefensos cuyo débil carácter los hacía caer en el
suicidio. Hay quienes dicen que detrás de cada muerte, aquel espíritu infernal
obra en la fatal decisión.