domingo, 2 de junio de 2013

CUENTO: LA OUIJA


Son increíbles las cosas negativas que pudiéramos evitar en nuestras vidas si tuviéramos el carácter para decir NO. pero a veces el deseo de aceptación social, nos puede llevar por senderos peligrosos. Fue lo que ocurrió en el verano de 1985 en el colegio “Torres Fuentes” de la  ciudad de Milagro.  Cuando varios alumnos hallaron  el cuerpo de una joven en el piso con su cabeza destrozada del impacto. Según las versiones del hecho, la chica se había suicidado lanzándose del tercer piso, aunque una extraña marca en su brazo nos mostraría lo contrario.
Unos días antes de su muerte, Vanessa Ríos se encontraba en el patio del colegio sentada debajo de un árbol estudiando, era buena alumna aunque solitaria y aislada. A lo lejos vio un grupo de compañeras apiñadas una tras otra como si tratasen de ocultar algo. Su curiosidad fue intensa. Cerró sus libros y camino hacia ellas. Su delgada contextura le permitió adentrarse en el grupo hasta que pudo ver lo que pasaba. En  medio estaban cinco de sus compañeras leyendo un extraño libro diabólico, que explicaba cómo usar la tabla OUIJA para comunicarse con espíritus del infierno. Querían reunirse a las 12 de la noche en el colegio y necesitaban voluntarias. Muchas chicas se retiraron al oír la terrorífica idea, Sin embargo;  Vanessa pensó que sería la oportunidad de ser aceptada, así que se apuntó para la escalofriante reunión.
Ingresaron por la parte de atrás del colegio, con mucho cuidado pasaron por los montes de la cancha de fútbol  hasta que llegaron al curso ubicado en el tercer piso. Colocaron velas iluminando el ambiente y se sentaron todas alrededor de la tabla Ouija. Vanessa trataba de disimular su miedo, aunque sus piernas delataban su  terror – una vez comenzado el juego nadie debe romper el vínculo- dijo una de sus compañeras. Con dicha advertencia pusieron sus dedos en el indicador y preguntaron – si algún espíritu esta entre nosotros danos una señal- al rato las bancas empezaron a temblar y en el profundo silencio el aullido del perro guardián se escuchó, calando el ambiente de terror al tiempo que el indicador empezó hacer movimientos en círculo. No podían creer lo que estaban viendo – Quien eres-  dijo otra compañera,  el indicador marco la frase letra por letra  E.L  D.I.A.B.L.O  la sangre se les  enfrió de miedo - pregunta algo Vanessa-  murmuraron. Con su cuerpo tembloroso ella pregunto – que quieres- el indicador empezó a volverse loco y a realizar movimientos bruscos – no rompan el circulo- gritaban, cuando se detuvo,  marco  A. T.I  Fue cuando aterrada Vanessa retiro sus manos y tiro la tabla por los suelos, quedando el espíritu diabólico suelto.

Al día siguiente despertó y  en su brazo izquierdo extrañamente apareció el símbolo de lucifer  el 666. Ya en el colegio no lograba concentrarse. Empezó a escuchar voces en su cabeza que le decían - puedes volar…vamos vuela. Vuela…- repetía la voz incesante. Con su mente en el limbo, se levantó de su banca ante la mirada trémula de sus compañeras y su profesora quien le ordeno  quedarse en su sitio. Sin hacer caso camino lentamente saliendo del aula,  – vuela, vuela puedes hacerlo- repetía la voz. Se puso de pie en la baranda y extendió sus brazos. Ni los gritos desesperados de sus compañeras evitaron que se lance al vacío, muriendo de contado. Allí; frente a su  cadáver  las demás compañeras que estuvieron aquella noche se dieron cuenta que la marca del 666 apareció también  en ellas, fue cuando  supieron que la muerte las estaba esperando.

CUENTO: EL ENGENDRO

  
 Solo han pasado nueve años desde que su madre le permitió nacer, aunque en un principio quería matarlo cuando estaba en su vientre, la idea que el producto de una violación naciera hacia que sus tripas se revolvieran, pero la otra mitad que le pertenecía la mantuvo en pie. Cuando nació ni siquiera volteo a verlo y en la primera oportunidad huyo del sanatorio. Así quedo desamparado el pequeño Ángel, como lo nombraron las enfermeras del hospital Central, aunque en el fondo  no era más que un demonio dormido, después de todo; tuvo nueve meses de reproches y maldiciones.
     Cada quien se hacía cargo de él como podía, pero su generosidad solo llegaba hasta el hospital. Por las noches cuando todos se iban, Ángel; acudía a su lugar preferido para descansar, la morgue. Había desarrollado una extraña y macabra preferencia por la muerte, allí inspeccionaba los cuerpos a su gusto, en ocasiones tomaba herramientas para autopsia y habría los cadáveres, su curiosidad era siniestra, perturbadora, llego al punto de tomar algo de los cuerpos y guardarlos en una cueva improvisada que tenía en los conductos de ventilación, como si fueran trofeos; corazones, pedazos de cerebros, ojos, lenguas, todo enfrascado con formol. Adoraba su  peculiar colección. Gustaba mucho de acomodarse en el regazo de algún muerto y dormir profundamente. Sin embargo sus acciones despertarían sospechas.
    Cuando los  familiares de una niña, que había muerto a causa de  una enfermedad,  descubrieron que a su hija le habían extirpados los ojos,  cortada con violencia su cabellera, y  sus labios arrancados dejando expuesta su dentadura, estallo la alarma. Las autoridades se hicieron presentes para capturar al engendro capaz de cometer estos actos. La impresión fue aplastante para las galenos y enfermeras que ayudaron a buscar al pequeño Ángel, al final lo encontraron; su aspecto era la de un viejo de 80 años, con un bisturí había arrancado el rostro de un anciano muerto y se la puso como una  máscara, parecía una criatura del infierno, y como tal; trepo por las paredes y escapo del lugar, o al menos eso parecía.

    Esa misma tarde realizaron una inspección del conducto descubriendo su espantosa guarida. Hallaron también, animales mutilados, y ratas calcinadas en improvisadas  hoyas. En medio de aquel escenario encontraron la fotografía de una mujer. Las autoridades  la  identificaron como su madre, así supieron dónde buscarlo. Para cuando llegaron había sido demasiado tarde. La mujer se encontraba atada en una silla, con su cabeza ajustada a la cabecera, había sido sedada, y luego envenenada.  Sus parpados cortados,  para que no pueda cerrar sus ojos, frente ella, el pequeño Ángel colgaba muerto de una soga, su cuerpo estaba lleno de cortaduras y en su camiseta blanca con su propia sangre había escrito “sino me viste al nacer, ahora mírame morir”. Después de eso,  el espíritu del Ángel caído ronda los pasillos el Hospital Central.