sábado, 6 de abril de 2013

CUENTO: LA MADRASTRA DESALMADA

   

   Ya son dos semanas que no puede conciliar el sueño, Irene Guzmán, a sus 75 años, sufre con los avatares y dolencias propias de la edad, aunque su desvelo tiene un origen  mucho más siniestro. Cada madrugada a eso de las 2:30,  una imagen fantasmal se asoma por su ventana y leve mente toca el vidrio como pidiendo entrar.  Irene Guzmán sabe que no es un sueño porque siente los escalofríos  recorrer su cuerpo. Solo la llegada del amanecer logra disipar  al espectro que  no la deja dormir en paz.  Las horas del día siguiente no pueden ser más angustiantes, vive sola desde que su esposo murió de un ataque  cardiaco. Si nadie había logrado sacarla de su casa, tampoco iba hacerlo  el espíritu que la atormentaba, así que decidió enfrentar a su mayor temor.

   Para la noche había dejado la ventana de su  habitación  totalmente abierta. Se acostó con los nervios alterados y una presión arterial que no jugaba a su favor. El reloj marco la hora acordada. Irene se recogió hasta quedar sentada de frente a la ventana, un viento helado entro congelando el cuarto y el espíritu apareció -- no necesitas tocar, entra -- dijo Irene Guzmán con voz entre cortada. Era un espectro voluptuoso y al acercarse  su apariencia se clarifico como la de una mujer -- soy tu tía Elena, la hermana de tu padre --  aquellas palabras se clavaron en la mente de Irene como alfileres, haciéndola  recordar algo que los años se habían encargado de sepultar en la poca memoria que retenía, o tal vez;  ella  se habría propuesto olvidar.

   Recuerdos de su niñez cuando su mamá apareció brutalmente asesinada y ensacada en la orilla de la perimetral,  que extrañamente su padre Don Teófilo Guzmán se caso con Vilma, la mejor amiga de su madre. Recuerdos de la que se convirtió en su madrastra, de  los ultrajes y maltratos que sufrió por parte de ella y de cómo su familia iba desapareciendo uno por uno hasta el día en que  trato de matarla estrangulándola e Irene  pudo escapar de la muerte. El día en que su padre no le  creyó, a pesar de  las lagrimas que derramo y los moretones en su cuello, y que para sobrevivir tuvo que huir con su tía Elena lejos de aquel infierno.  -- porque me engañas espíritu del diablo aléjate de mí – grito Irene, -- ve al cementerio general, busca la tumba de tu padre, en el rincón de las almas olvidadas –  luego de aquellas palabras el espíritu desapareció.

   Ya en la mañana, decidida a terminar con este suplicio, se dirigió hasta el cementerio, allí encontró en medio de fierros oxidados una carta de su padre que decía: “hija, solo cuando estuve en lecho de muerte descubrí que Vilma, me tenía bajo conjuros diabólicos que segaron mi comprensión, espero que no sea tarde, solo quiero decirte TE CREO. Te quiero mucho hija de mi alma” su longevidad no impidió que llore como niña desconsolada. Después de aquello Irene Guzmán nunca más volvió a cerrar su ventana.

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